Empeiría
En toda sociedad existen grupos a los que cada individuo pertenece manteniendo con los demás miembros vínculos de distintos tipos que le permiten sobrevivir. El ser humano es un animal social y con necesidad biológica de crecer y aprender, tomando sus primeras ideas de la realidad de las personas con las que convive, sobre todo a lo largo de sus primeros años de vida. El niño crece y se enfrenta a cuestiones sobre qué es y qué significa cada concepto con que tropieza, acudiendo a las fuentes más cercanas y divinizadas en ese momento, como son los referentes paternos, para saciar sus dudas.
A la vez que el individuo crece y conoce a otros entes éstos le van aportando conocimientos desde distintos puntos de vista sobre la realidad, apareciendo así posturas filosóficas que defienden la realidad inmaterial del ser humano, constituido a partir de experiencias vividas.
Empeiría persigue visualizar dichas teorías acerca de los valores adquiridos del mundo circundante, prestando especial atención a aquellas figuras que forman parte del ideal infantil, de las referencias humanas idolatradas y que ejercen de maestros durante toda la vida, como pueden ser las figuras paterna y materna, la de los hermanos mayores o las primeras parejas conocidas durante la adolescencia. También se atiende a otro tipo de figura que se adentra en la vida del individuo con posterioridad pero que no en vano crea un vínculo extraordinario con él y puede llegar a sacudir las propias raíces que construyó durante la infancia para consolidar otras relativas a aspectos que apelan a la emoción. Luego, el individuo es condicionado por el contexto social, cultural y urbano donde se ubica y desarrolla. Así, el ser humano es un conglomerado de relaciones personales e influencias contextuales que es lo que Empeiría pretende señalar, y para ello se vale de la importancia de la naturaleza del material en un guiño a la naturaleza de la vida misma que sigue su propio destino.
El retrato grabado sobre un duro metal hace alusión a aquella parte de los otros que se queda incrustada para siempre en el individuo, en su personalidad, algo que yace en el fondo de toda vivencia. Una superposición a esto hace referencia a toda aquella experiencia que llega después y que también deja una huella en el individuo, que va fraguándose como persona con la interacción de múltiples vivencias. El proceso de oxidación habla del ritmo ajeno a la mano del individuo que sigue la ciudad, un ritmo y una vida que avanzan de manera distinta en distintos entornos.




